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UN BUEN PROPÓSITO




Estos días pueden ser usados a modo de examen para evaluar la forma en que se está viviendo la vida. La manera en que se enfrenta esta temporada refleja como en un espejo, la personalidad de muchos. También, da información valiosa sobre lo que el destino ha hecho con nosotros o en el mejor de los casos, en lo que nosotros hemos convertido a nuestras vidas.


¿Cómo es que la temporada decembrina pasa a lo largo de nuestro existir de ser una época de gozo a una de desventura? ¿Cómo es que se transmuta de la espera ansiosa por vivir un espacio lleno de magia, al abismo personal que nos lanza sin remedio al letargo o la nostalgia?


No es esta época la que se transfigura ante nuestros ojos durante el acontecer de la existencia, sino nosotros mismos los que hemos sido transformados casi sin control por los avatares del destino.

Parecería que el ciclo vital del desarrollo humano debería llevarnos hacia la evolución y sin embargo, nuestro retroceso se evidencia en los momentos en que una situación nos exige mayor uso de nuestras habilidades personales.


La forma de vivir estos días para los integrantes de la ciudad oscila principalmente en dos polos extremos, como si la población entera sufriera de una depresión y su comportamiento, con características bipolares por cierto, se manifestara entre la manía y la tristeza.


Para unos, esta temporada es ocasión para aturdirse entre un sin fin actividades y pendientes adicionales a los de costumbre. Para atolondrarse con los días de aparadores, las compras navideñas y los compromisos por cumplir. Para perder la conciencia anestesiándose con el bullicio de las reuniones y las fiestas, de las risas que estallan por casi todo y a la menor provocación. Es la oportunidad para enterarse e inmiscuirse en la vida de los otros; para viajar o recibir visitas, para comer y tomar más de la cuenta intentando olvidarse de la sobriedad y la etiqueta. También, para sentir el poder que da la satisfacción de adquirir bienes o el de experimentarse generosos.


Pero para muchos otros diciembre es una época forzada de reencuentro y reflexión. La conciencia se agudiza, quedando de manifiesto las ausencias, los errores, las deformidades en las relaciones y lo inconcluso en nuestras vidas. La rutina del día con día se trastoca y por tanto, la realidad no puede adormecerse a través de ella. La fecha está pactada y justo en el momento en que las manecillas del reloj lo indiquen, se producirá el encuentro personal, cara a cara, con aquellos de los que ya no recordamos sus facciones, las expresiones de sus rostros, las inflexiones de su voz, su forma peculiar de enfrentarse o esconderse ante las necesidades del mundo.


En esa hipersensibilidad del darnos cuenta, se evidencia lo mal logrado de nuestros afectos, lo poco que se ha sembrado o recogido, los logros que no supieron a algo más que a desengaño y los fracasos de aquellas metas que no pudieron alcanzarse.


La Navidad nos violenta acercándonos ante quienes hemos mantenido lejos o distantes. A decir frases menos superficiales, a ser más fértiles, a repartir regalos, abrazos, brindis. Nos obliga a salirnos de nosotros mismos, de nuestra zona de confort para congregarnos con los otros.


También, nos distrae de la vertiginosa actividad diaria que resulta salvadora precisamente porque aunque enajenante, se ha establecido justo así para no pensar y para no intimar con casi nadie.

Así que aún viviendo los síntomas de este trastorno biopolar que nos lleva con precipitación de la algarabía a la melancolía y de ésta a la confusión, para pasar nuevamente hacia el bullicio y terminar sumergidos en la más profunda y dolorosa soledad, podría aprovecharse este espacio que nos confronta y nos muestra nuestro verdadero rostro, para averiguar si nos hemos convertido en los seres que soñábamos con ser.


Bajo este análisis honesto sobre la ubicación de nuestra posición personal ante la vida y ante la vivencia del amor, tal vez podríamos retomar el control del rumbo, del nuestro. Quizá podríamos evitar seguir atravesando el destino movidos por fuerzas externas o extrañas a nuestra voluntad y nuestros deseos. Impedir que los problemas, la amargura, los fracasos, las heridas, nos mezan hacia el futuro como lo hace el viento con las hojas inertes que recoge por su paso.


Convertirnos en dueños de nosotros mismos, apoderarnos de nuestra existencia, podría ser el mejor de los propósitos para el próximo año.


No somos libres cuando hacemos lo que nos viene en gana, sino cuando tenemos bajo control los fantasmas, los demonios y dragones internos que intentan adueñarse de nuestra actuación, de nuestra forma de ser y de mostrarnos y nos llevan a la enajenación a través vicios y riesgos o por medio del modelaje de nuestra conducta bajo los espectros del malhumor, la violencia, la descreencia, la desconfianza o la depresión.


Además, es urgente tender puentes hacia el alma de los que nos rodean para que al atravesarlos podamos sentirnos en refugios más confrontables, seguros y cálidos. Acortar la distancia que puede ahora percibirse entre lo anhelado y lo que hemos conquistado. Luchar por los sueños que se han dejado de lado.


¿Qué perderíamos con volver a intentarlo?


Una forma de sobrevivir a estos días podría ser entender que por más resistencia que se muestre, la época llegará puntualmente a cumplir con su cita y cometidos. Lo único que podría modificarse sería la actitud, nuestra manera de enfrentarla.


Un buen antídoto para una Nochebuena y un buen intento para convertirla en una experiencia excepcional, podría sería acompañarla de alguna o algunas personas amadas (los niños son una estupenda medicina) y ocuparnos por confeccionar para ellos momentos que en su futuro les resulten memorables.


También ayudaría, rejuvenecer el corazón.


Feliz Navidad y sálvese quien pueda.

grios@assesor.com.mx

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