ATADAS AL PASADO
Escuelas y colegios deben actualizar sus normas en función de la época actual. La mayoría oferta sus instituciones como aquellas que cuentan con certificados nacionales e internacionales y hacen asistir a sus empleados a intensos procesos de capacitación y modernización, pero en la operación básica, mantienen procedimientos antiguos que no se ajustan a las nuevas realidades.
Parecen desconocer las estadísticas sobre lo que en México sucede. Según estimaciones del Consejo Nacional de Población, en 5.6 millones de hogares una mujer es la contribuyente única o principal de los ingresos hogareños. Esto es, al menos una de cada cuatro familias está siendo sostenida por una mujer. Además, 11.6 millones de hogares (poco más de la mitad de los que hay en el país) reciben apoyo económico de uno o más integrantes del sexo femenino. Así, en tres de cada cuatro familias la participación de la mujer es fundamental en el sostenimiento de su hogar.
Por tanto, ya no es frecuente tener madres disponibles de tiempo completo para satisfacer las necesidades de los hijos, de sus maestros y de las escuelas a las que pertenecen.
La madre ya no puede atender cualquier llamado que de la escuela surja bajo la leyenda de que “los hijos son primero”. Hay que comprender que precisamente porque se tiene un auténtico interés en ellos, es por lo que se debe conservar el empleo que ayuda a mantenerlos. Pero quienes dirigen las escuelas ignoran esta realidad y para empezar, establecen horarios desfasados de entrada y de salida de los nenes según el grado escolar en que se encuentren. Mientras se inicia la entrega de criaturas a las 7:15 a.m. se termina de recoger al último poco después de las 3 de la tarde. Además, en muchos colegios se exige además que se les matricule en una clase extra de deporte al menos tres días a la semana. ¿Y las tareas? A los niños les toca ahora arreglárselas por sí mismos para resolver cuanto se les antoje a los maestros que practiquen en casa, para que aprendan aquello que no enseñaron eficientemente en clase.
A esto hay que aunar las veces que regresan a casa con un recadito avisando que tal día no habrá clase, como si fuera fácil tener a los chiquillos en el hogar. ¿Al cuidado de quién? pregunto. Ya no se puede, como antes, dejarlos con algún pariente. El índice de migración a nuestro Estado es cada día más alto por lo que muchas madres no tienen a su familia extensa viviendo aquí. Además ahora las mujeres planifican su familia para tener hijos a edades más avanzadas así que no siempre hay abuelitas. Tampoco se puede contar con la suegra ya que no todas las mujeres formaron un prototipo de familia tradicional y algunas han tenido descendencia siendo solteras y otra muy buena parte ya ha decidido divorciarse. ¿Y las tías? Ahora las familias se componen de un número reducido de integrantes, así que, las que hay, seguramente estarán trabajando.
Además de los días sin clase, se encuentran los eventos que se programan como si las madres tuvieran 24 horas disponibles para dedicarlos a lo que se ofrezca. Hay salidas temprano, citas con maestros justo a media mañana, conferencias al terminar la tarde, reuniones “extraordinarias” y un largo etcétera.
Y si las criaturas gozan de beca las cosas se complican. Tenerla implica condiciones que no son posibles de cumplir: como participar en eventos de la escuela (kerméses, desayunos) cuando si pidió beca es justamente porque se tiene necesidad de trabajar y cuidar su empleo para completar los gastos; y el exigirle al becado una calificación mínima para conservar su privilegio, siendo que el origen de ésta subvención es la escasez de los recursos económicos de los progenitores y no la brillantez mental de los alumnos, y cuando éstos son pequeños, dicha calificación dependerá de las horas que su madre esté junto a ellos estudiando para exámenes, horas que no dispone, precisamente porque trabaja para mantenerlos.
Por esto, las instituciones deben actualizar sus reglamentos. De que sirven certificaciones internacionales si no se tiene sensibilidad social. Muchos colegios olvidan que las madres además, deben ocuparse de los quehaceres de la casa, pasear a los hijos, “atender” al marido (si lo tiene) o hacer sus funciones (si no cuenta con él) y tal vez, si queda algo de tiempo, velar por sus propios intereses.
Esta sobrecarga representa una doble o triple jornada laboral para las mujeres por lo que las instituciones educativas deberían intentar contribuir a aligerar la carga.
A pesar de los esfuerzos la mayoría de las madres se sienten frustradas porque creen no cumplir lo suficiente en sus casas, ni con sus hijos; en la escuela ni en el empleo. Es una incómoda sensación de no dar el 100% en ningún lado. Sensación que genera grandes dosis de estrés, y éste, no gesta las condiciones necesarias para la crianza de niños felices.
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