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BOMBAS QUE DAÑAN EL ALMA


Arrasador ha sido el cambio que se ha manifestado en la manera en que los seres humanos nos relacionamos a partir de los accesos a Internet. La evolución ha representado una gran oportunidad de acercarse virtualmente de una manera económica y rápida con seres queridos que se encuentran lejos físicamente, y también, con conocidos o extraños, que pudieran estar sentados justo en el escritorio de enfrente. Recibo varias docenas de correos electrónicos al día, la gran mayoría relacionados con mi trabajo. Sin embargo, hay correos que transforman mis días en algo especial y emocionante. Correos que rompen la rutina, que distraen e incluso, que son capaces de levantar el ánimo o nutrir el alma.

Me gustan aquellos en los que me llegan buenas noticias o información inesperada, como la aprobación de alguno de mis proyectos presentados, peticiones para que realice colaboraciones especiales; gozo con esos en los que me invitan a inscribirme en algún concurso o con las propuestas para nuevas oportunidades laborales. Me encantan los de amigos y conocidos, como los de felicitaciones o críticas que me hacen mis lectores, invitaciones de mis colegas para compartir con ellos algún evento especial, una comida o una agradable velada; disfruto las notas de agradecimiento por algún favor realizado, las tarjetas electrónicas en las que me dicen que me extrañan, que se acuerdan de mí, o simplemente, que soy apreciada. Siento alegría al recibir líneas que me permiten saber cómo está el alma de los que quiero, conocer cómo se sienten, qué hacen, cuáles son problemas, y cuáles, sus sueños.

Particularmente disfruto mucho tener esta nueva opción en mi diario vivir. Tengo grandes amigos cibernéticos, con los que mantengo desde hace tiempo, una estrecha comunicación profunda, increíble, porque esto se da, a pesar de no habernos visto nunca.

Cuando no hay tiempo para convivir con todos los que se desea, el correo o cualquier sistema electrónico que permita el contacto con alguien en instantes, representan una magnífica alternativa para estar cerca del corazón de los otros.

Sin embargo, no todo en estos medios de comunicación es favorable.

Existe un gran número de información no solicitada que llega a nuestros buzones diariamente. Una parte de ésta, no representa más que una molestia, como son los mensajes de publicidad o programas de fotografías, caricaturas o en defensa de ideologías particulares. Recibir de desconocidos esto, aún a pesar de los protectores de “basura” o de los bloqueadores de remitentes, satura el espacio de nuestro servidor, “atasca” nuestra máquina, lentifica el “bajar” correo importante y significa un verdadero fastidio. Hay ocasiones en que se recibe el mismo mensaje docenas de veces, por meses enteros. A mi juicio, lo rescatable de estos casos, son las cadenas de apoyo cuando se requiere algún tipo sangre urgente, cuando se trata de localizar una criatura, o se crean centros de emergencia certificados ante desgracias como terremotos, inundaciones, etc. Lamentablemente también hay quienes falsean estos mensajes para lograr fines muy distintos, como la obtención de direcciones masivas de correo.

Pero existe un segundo tipo de información que se recibe en los buzones y que podría representar un serio problema social. Información que en otros países se encuentra tipificada como delito grave. Y no me refiero al problema del acoso diario de quienes invitan a consumir pornografía electrónica, sino a anexos con videos o direcciones en la red, que contienen imágenes que envenenan y lesionan la mente.

Me preocupa pensar en lo enfermo que puede estar el espíritu de alguien que se atreve a matar a otro a sangre fría, grabar la escena en un video y hacerlo circular por la red de comunicación mundial.

Así fue el primer mensaje que recibí de este tipo, mensaje que me dejó impactada y me hizo sentir mal por varios días. No podía olvidar el rostro ni la voz de la muchacha que imploraba que no se apretara el gatillo de la pistola que le pusieron frente a sus ojos. Era una chica en bata de satín color rosa, visiblemente lastimada, con los ojos inmensamente abiertos por el miedo y los labios de su boca rotos, sangrantes.

Días después llegó otro video en el que se veía el rostro de un hombre joven, bien parecido, con apariencia de alguien “normal”. Luego mostró del cuello hacia la cintura y se pudo observar que su piel estaba totalmente tatuada. De pronto la expresión de su cara empezó a cambiar, como si estuviera deleitándose con algo; lo que observé fue aterrador. Estaba cercenándose el primer tercio de uno de sus dedos de la mano. No mostró mueca de dolor, por el contrario, experimentaba placer, y no estuvo satisfecho hasta que quitó el trozo y enseñó el muñón sangrante al centro del ojo de la cámara.

A estos correos han seguido muchos más con imágenes espantosas que no me atrevo a describir para no ser yo quién lastime el interior de aquellos que me leen. Correos electrónicos enviados bajo títulos inofensivos o graciosos, por desconocidos y lo que es peor, por conocidos que no toman conciencia del enorme daño que pueden causar en alguien, sin importar la edad. Mensajes que contienen videos que duran unos cuantos segundos, pero que dejan una herida para siempre.

Me parecen personas irresponsables que además, no piensan en la creciente población de niños que cada día se adhieren al uso de los servicios de la red, no sólo “navegando”, en dónde se podría poner candados para que no accedan a información para adultos, sino “chateando”, usando el ICQ y enviando y recibiendo mensajes continuamente.

Somos los seres humanos los que podemos hacer que los avances tecnológicos nos proporcionen herramientas positivas y maravillosas, o por el contrario, nefastas y destructivas. No es el estéreo, el carro, la televisión, la bicicleta, la computadora, el celular, el rayo láser ni la red electrónica, lo que perjudica o lesiona a una persona, sino el manejo que ésta haga de cada uno de estos instrumentos.

Una amiga muy querida me comentaba que ella enseñaba a sus hijos cuando pequeños, a no permitir que algo les dañara el alma. Así, cuando los chiquillos veían en la televisión algo que no les gustaba o los hacía sentir mal, solos se llevaban sus manitas al rostro, para taparse los ojos. Creo que tenemos que seguir manteniendo esa actitud de protección hacia nosotros mismos, incluso de adultos. Pero además, ahora habrá que prevenir que muchos cuando lleguen a “grandes”, se conviertan en quienes pudieran negligentemente manchar la limpieza de corazón de los otros. Habrá que enseñar a los hijos a gozar de una libertad plena, para que sin duda alguna, se hagan responsables de sus actos.

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